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Historia del Carmelo
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El modelo de consagración en nuestra familia religiosa es el de la Virgen María y el misterio de su unión con Cristo. Por esto decimos que el ¡Carmelo es todo de María!
A finales del siglo XII, los peregrinos y cruzados que llegaban a Tierra Santa, deseando establecerse allí, se asentaron en el Monte Carmelo, una cadena montañosa en el norte de Israel, en el “Wadi-ain-es-siah”. Allí construyeron la primera Iglesia dedicada a la Virgen María a la que llamaban “la Señora del lugar”, dando a entender el modo de vida que deseaban llevar como hermanos ermitaños y siguiendo los pasos de Elías, quien había vivido allí con sus hermanos profetas.
El desierto, las montañas y la vida sencilla son, por tanto, el fundamento de nuestra vida monástica. La Regla primitiva dada por el Patriarca de Jerusalén entre 1206 y 1214 invitaba a seguir y servir a Cristo, con corazón puro “meditando día y noche la Palabra de Dios”. (Regla n°8)
Tras las incursiones de los sarracenos, los hermanos del Carmelo se extendieron hacia Occidente. Años más tarde, fue en uno de estos monasterios, en Ávila, España, donde Teresa de Ahumada entró el 2 de noviembre de 1535.
El Carmelo Teresiano, nueva expresión del Carmelo.
En 1562, Teresa de Jesús inauguró un nuevo y pequeño Carmelo llamado de San José, fuertemente establecido en la oración, la pobreza y la clausura. La vida comunitaria allí es exigente. La intención apostólica es clara: La Iglesia y la salvación de las almas; Teresa vivió las desgracias de su tiempo (Reforma protestante, la evangelización de los indios de las américas) como una tragedia personal: ¡quería hacer algo! (Fundaciones 1,7)
Esto fue posible gracias al reducido número de hermanas de la comunidad y al deseo de volver a los orígenes de la Orden.
Al realizar su obra, la Santa quiso asegurar fielmente la continuidad del Carmelo: infundió un nuevo espíritu en la devoción filial a la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo; dejó como herencia a su familia la comunión que ella vivía con los prototipos bíblicos, los profetas y los grandes padres del Carmelo; dio nuevo impulso a la observancia de la Regla «primitiva», abriéndola a nuevos ideales apostólicos.
“Quiso que todo estuviera imbuido de un estilo peculiar de vida: presentó la ascesis y la mortificación en función de una vida teologal más intensa, al servicio de la Iglesia; propuso un espíritu de generosidad en la observancia y de cordialidad en la vida fraterna, para hacer alegre la convivencia, cual familia de Dios; promovió la dignidad de la persona humana, la amistad entre las hermanas y la comunión entre los diversos monasterios.” (Constituciones de las Carmelitas Descalzas n°8).